miércoles, 15 de julio de 2009

Narrando la nación

Homi K. Bhabha**

Las naciones, como las narraciones, pierden sus orígenes en los mitos del tiempo y sólo vuelven sus horizontes plenamente reales en el ojo de la mente [mind's eye]. Una imagen semejante de la nación -o narración- puede parecer imposiblemente romántica y excesivamente metafórica pero es de esas tradiciones del pensamiento político y del lenguaje literario que la nación emerge como una poderosa idea histórica en Occidente. Una idea cuya compulsión cultural se apoya en la unidad imposible de la nación como una fuerza simbólica. Esto no es para negar los persistentes intentos de los discursos nacionalistas de producir la idea de la nación como una continua narrativa del progreso nacional, el narcisismo de la autogeneración, la presencia primitiva del Volk. Tampoco esas ideas políticas han sido definitivamente superadas por las nuevas realidades del internacionalismo, el multinacionalismo, o incluso el "capitalismo tardío", una vez que reconocemos que la retórica de esos términos globales es a menudo suscripta en la áspera prosa del poder que cada nación puede esgrimir en su propia esfera de influencia. Lo que quiero enfatizar en la amplia y liminal imagen de la nación con la que comencé es la particular ambivalencia que persigue la idea de la nación, el lenguaje de quienes escriben sobre ella y que vive en quienes viven en ella. Es una ambivalencia que emerge de una creciente conciencia de que, a pesar de la certeza con la que los historiadores escriben sobre los "orígenes" de la nación como un signo de la "modernidad" de la sociedad, la temporalidad cultural de la nación inscribe una realidad social mucho más transitoria. Benedict Anderson, cuyo libro Comunidades imaginadas consolidó el camino significativamente para este libro, expresa la ambivalente emergencia de la nación con gran claridad:

"El siglo de la Ilustración, del secularismo racionalista, trajo consigo su propia oscuridad moderna [...] [Pocas] cosas estaban (están) mejor preparadas para este fin que la idea de la nación. Si los Estados nacionales son ampliamente considerados "nuevos" e "históricos", los Estados nacionales a los que dan expresión política siempre provienen de un pasado inmemorial y [...] se deslizan hacia un futuro ilimitado. Lo que estoy proponiendo es que el nacionalismo debe ser entendido no agrupándolo con ideologías políticas conscientemente adoptadas sino con los grandes sistemas culturales que lo precedieron, de los cuales -así como contra los cuales- el nacionalismo emergió a la existencia".

La "emergencia" de la nación como un sistema de significación cultural, como la representación de la vida social antes que de la disciplina de la polis social, enfatiza esta inestabilidad del conocimiento. Por ejemplo, los relatos más interesantes de la idea nacional, ya sea que vengan de la derecha Tory, del campo liberal o de la nueva izquierda parecen confluir a la tensión ambivalente que define la "sociedad" de la nación. "El carácter del Estado europeo moderno", de Michael Oakeshott es, quizás, el más brillante relato conservador de la equívoca naturaleza de la nación moderna. El espacio nacional está constituido, en su perspectiva, de inclinaciones humanas que compiten entre sí, como societas (el reconocimiento de reglas morales y convenciones de conductas) y universitas (el reconocimiento de propósito común y fin sustantivo). Ante la ausencia de su fusión en una nueva identidad ellas han sobrevivido como dogmas que compiten entre sí -societas cum universitate- "imponiendo una particular ambivalencia sobre el vocabulario de su discurso"1. En la perspectiva de Hanna Arendt, la sociedad de la nación en el mundo moderno es "ese curioso dominio híbrido donde los intereses privados asumen significación pública" y los dos dominios navegan sin cesar y sin certeza hacia cada uno "como olas en una corriente sin fin del proceso de la vida misma".2 No está menos en lo cierto Tom Nairn al nombrar la nación como "el Janus moderno", que el "desarrollo desigual" del capitalismo inscribe tanto bajo la forma de una progresión como bajo la forma de una regresión, una racionalidad y una irracionalidad políticas en el mismo código genético de la nación. Este es un hecho estructural sobre el cuál no hay excepciones y "en este sentido es una declaración exacta (y no retórica) sobre el nacionalismo decir que es por su misma naturaleza ambivalente".3

Es la representación cultural de esta ambivalencia de la sociedad moderna lo que es explorado en este libro. Si la figura ambivalente de la nación es un problema de su historia transicional, su indeterminación conceptual, su desplazamiento entre vocabularios, entonces qué efecto tiene esto sobre narrativas y discursos que significan un sentido sobre la "nacionalidad": los heimlich placeres del corazón, el unheimlich terror del espacio o la raza del Otro;* la comodidad de la pertenencia social, las heridas ocultas de la clase; los hábitos del gusto, los poderes de la afiliación política; el sentido del orden social, la sensibilidad de la sexualidad; la ceguera de la burocracia, la perspectiva "legal" [strait] de las instituciones; la calidad de la justicia, el sentido común de la injusticia; la lengua de la ley y el habla del pueblo.

La emergencia de la "racionalidad" política de la nación como una forma de narrativa -estrategias textuales, desplazamientos metafóricos, subtextos y estratagemas figurativas- tiene su propia historia.4 Se sugiere en la perspectiva de Benedict Anderson que el espacio y el tiempo de la nación moderna está inserto en la cultura narrativa de la novela realista y explorada en la lectura de Tom Nairn del racismo postimperial de Enoch Powell, basado en el "fetichismo simbólico" que infesta su poesía febril y neorromántica. Encontrar la nación como está escrita muestra la temporalidad de la cultura y la conciencia social más a tono con el proceso parcial, sobredeterminado por el cual el significado textual es producido a través de la articulación de diferencia en el lenguaje; más en mantenerse con el problema del cierre que juega enigmáticamente en el discurso del signo. Un abordaje semejante contesta la tradicional autoridad de aquellos objetos nacionales del conocimiento -la Tradición, el Pueblo, la Razón de Estado, la Alta Cultura, por ejemplo- cuyo valor pedagógico a menudo se apoya en su representación como conceptos holísticos localizados dentro de una narrativa evolucionista de continuidad histórica. Las historias tradicionales no toman la nación por su propia palabra sino, en la mayor parte, asumen que el problema radica en la interpretación de los "acontecimientos" que tienen cierta transparencia o visibilidad privilegiada.

Estudiar la nación a través de su discurso narrativo no llama meramente la atención sobre su lenguaje y su retórica; también intenta alterar el objeto conceptual en sí mismo. Si el problemático "cierre" de la textualidad cuestiona la "totalización" de la cultura nacional, entonces su valor positivo yace en desplegar la amplia diseminación a través de la cual construimos un campo de significados y símbolos asociados con la vida nacional. Este es un proyecto que tiene cierta circulación entre aquellas formas de crítica asociadas con los "estudios culturales". A pesar del considerable avance que esto representa, existe una tendencia a leer la nación restrictivamente; ya sea como un aparato ideológico del poder estatal, algo redefinida por una lectura apresurada, funcionalista de Foucault o Bajtín, o, en una inversión más utópica, como una expresión emergente o incipiente del sentimiento "nacional-popular" preservado en una memoria radical. Estas aproximaciones son valiosas por atraer nuestra atención hacia esos recreos de la cultura nacional fácilmente oscurecidos pero altamente significantes desde los cuales componentes alternativos de los pueblos y capacidades analíticas oposicionales pueden emerger -la juventud, la nostalgia cotidiana, nuevas "etnicidades", nuevos movimientos sociales, "la política de la diferencia"-. Ellos asignan nuevos sentidos y diferentes direcciones al proceso de cambio histórico. El desarrollo más progresista de dichas posiciones toma "una concepción discursiva de la ideología -la ideología (como el lenguaje) es conceptualizada en términos de articulación de elementos-. Como dijo Volosinov, el signo ideológico es siempre multiacentuado y con rostro de Jano.5 Pero en el calor de la discusión política la "duplicación" del signo puede a menudo ser detenida. El rostro de Jano de la ideología es tomado como valor de verdad y su sentido fijado, en última instancia, de un lado de la división entre ideología y "condiciones materiales".

Es el proyecto de Nación y narración explorar la ambivalencia del rostro de Jano del lenguaje mismo en la construcción del discurso con rostro de Jano de la nación. Esto convierte al familiar dios de dos caras en una figura de prodigiosa duplicidad que investiga el espacio de la nación en el proceso de articulación de elementos: donde los significados pueden ser parciales porque están in media res, y la historia puede estar hecha a medias porque está en el proceso de ser hecha, y la imagen de la autoridad cultural puede ser ambivalente porque está atrapada, inciertamente, en el acto de "componer" una imagen poderosa. Sin una comprensión semejante de la performatividad del lenguaje en las narrativas de la nación, sería difícil comprender por qué Edward Said prescribe un tipo de "pluralismo analítico" como la forma de atención crítica apropiada a los efectos culturales de la nación. Porque la nación, como una forma de elaboración cultural (en el sentido gramsciano), es una agencia de narración ambivalente que sostiene la cultura en su posición más productiva, como una fuerza para la "subordinación, fractura, difusión, reproducción, tanto como productora, creadora y guía".6

Yo les escribí a los participantes de este volumen con un creciente y extraño sentido de la nación como una de las estructuras principales de ambivalencia ideológica dentro de las representaciones culturales de la "modernidad". Mi intención era que teníamos que desarrollar, en una agradable tensión cooperativa, un arco de lecturas que conectara los aportes de las teorías postestructuralistas del conocimiento narrativo -textualidad, discurso, enunciación, écriture, "el inconsciente como lenguaje", para nombrar sólo algunas estrategias- para poder evocar este margen ambivalente del espacio-nación. Revelar dicho margen es, en primera instancia, contestar las proclamas de supremacía cultural, ya sea que éstas sean hechas por las "viejas" naciones metropolitanas postimperialistas o por parte de las "nuevas" naciones independientes de la periferia. Lo marginal o la "minoría" no es un espacio de automarginación celebratoria o utópica. Es una intervención mucho más sustancial en aquellas justificaciones de la modernidad -progreso, homogeneidad, organicismo cultural, la nación profunda, el largo pasado- que racionalizan las tendencias autoritarias, "normalizadoras" dentro de las culturas en el nombre del interés nacional o de prerrogativas étnicas. En este sentido entonces, la perspectiva ambivalente y antagonista de la nación como narración establece las fronteras culturales de la nación de modo que puedan ser reconocidas como tesoros "contenedores" de sentidos que necesitan ser cruzados, borrados y traducidos en el proceso de producción cultural.

La "localidad" de la cultura nacional no es ni unificada ni unitaria en relación consigo misma, ni debe ser vista simplemente como "otra" en relación con lo que está afuera o más allá de ella. La frontera tiene rostro de Janus y el problema del adentro/afuera debe siempre ser en sí mismo un proceso de hibridación, incorporando nuevos "pueblos" en relación con el cuerpo político, generando otros espacios de significado e, inevitablemente, en el proceso político, produciendo sitios desguarnecidos de antagonismo político y fuerzas impredecibles para la representación política. Tomar la nación como narración acentúa la insistencia del poder político y la autoridad cultural en lo que Derrida describe como el "exceso irreductible de lo sintáctico sobre lo semántico".7 Lo que emerge como un efecto de semejante "significación incompleta" es una transformación de las fronteras y límites en espacios in-between* a través de los cuales los significados de autoridad cultural y política son negociados. Es desde semejantes posiciones narrativas entre culturas y naciones, teorías y textos, lo político, lo poético y lo pictórico, el pasado y el presente, que Nación y narración procura afirmar y extender el credo revolucionario de Frantz Fanon: "La conciencia nacional, que no es nacionalismo, es lo único que nos dará una dimensión internacional".8 Es esta dimensión internacional tanto dentro de los márgenes del espacio-nación como en las fronteras in-between naciones y pueblos que los autores de este libro han intentado representar en sus ensayos. El emblema representativo de este libro puede ser una "figura" quiasmática de diferencia cultural mientras que el espacio-nación anti nacionalista y ambivalente se vuelve el cruce de caminos hacia una nueva cultura transnacional. El "otro" no está nunca afuera o más allá de nosotros; emerge necesariamente en el discurso cultural, cuando pensamos que hablamos más íntimamente y autóctonamente "entre nosotros".

Sin intentar precisar ensayos individuales, me gustaría brevemente elaborar este movimiento, dentro de Nación y narración, desde la unidad problemática de la nación a la articulación de diferencia cultural en la construcción de una perspectiva internacional. La historia puede comenzar en muchos lugares: con la lectura de David Simpson del "cuerpo" multiforme del populismo americano de Whitman y su elusión de la metáfora que es también la elusión de los problemas de integración y diferencia cultural; o la exploración de Doris Sommer del lenguaje del amor y la sexualidad productiva que alegoriza y organiza las tempranas narrativas históricas de América Latina que son desautorizadas por los posteriores novelistas del "boom", o la exploración de John Barrell de las tensiones entre la teoría humanista cívica de la pintura y el "discurso de la costumbre" tal como son comparados en la ideología de lo "ornamental" en el arte y su compleja mediación de britanidad, o el retrato de Sneja Gunew de una literatura australiana dividida entre una esfera pública anglo celta y una esfera multiculturalista contra pública. Son las voces excluidas de los migrantes y los marginalizados las que Gunew representa, trayéndolas para perturbar e interrumpir la escritura del canon australiano.

En cada una de estas "ficciones fundacionales" los orígenes de las tradiciones nacionales se vuelven tanto actos de afiliación y establecimiento así como momentos de desaprobación, desplazamiento, exclusión y contienda cultural. En esta función de la historia nacional como Entstellung, las fuerzas del antagonismo o contradicción social no pueden ser trascendidas o superadas dialécticamente. Existe la sugerencia de que las contradicciones constitutivas del texto nacional son discontinuas e "interruptivas".9 Este es el punto de partida de Geoff Bennington cuando hace juegos de palabras (con cierta presencia posmoderna) sobre las "políticas postales" de las fronteras nacionales para sugerir que "las fronteras son articulaciones, los límites son, constitutivamente, cruzados o transgredidos". Es a través de esos límites, tanto históricos como pedagógicos, que Martin Thom ubica el celebrado ensayo de Renan "Qué es una nación?". El proporciona una cuidadosa genealogía de la idea nacional tal como emerge míticamente de las tribus germánicas, y más recientemente en las interrelaciones entre la lucha para consolidar la Tercera República y la emergencia de la sociología durkhemiana.

¿Qué clase de espacio es la nación con sus límites transgresivos y su interioridad "interruptiva"? Cada ensayo responde esta pregunta de manera diferente, pero hay un momento en la exposición de Simón During sobre el "imaginario civil", cuando él sugiere que "parte de la dominación moderna de la vida mundial por el estilo y la civilidad [...] es un proceso de feminización de la sociedad". Esta perspectiva es explorada en dos contextos diferentes, la lectura de Gillian Beer de Virginia Woolf y el estudio de Rachel Bowlby de La cabaña del tío Tom. Gillian Beer se coloca en la perspectiva del aeroplano -máquina de guerra, símbolo onírico, icono de los poetas de 1930- para enfatizar las reflexiones de Woolf sobre la raza insular y el espacio; sus significaciones múltiples y marginales -"márgenes de tierra y agua, hogar, cuerpo, individualismo"- produciendo así otra inflexión acerca de sus disputas con el patriarcalismo y el imperialismo. Rachel Bowlby escribe la historia cultural de las lecturas de La cabaña del tío Tom que debate la feminización de los valores culturales americanos mientras produce una interpretación más compleja de su propia lectura. La narrativa de la libertad americana, sugiere, muestra la misma ambivalencia que construye la contradictoria naturaleza de la femineidad en el texto. Norteamérica misma se vuelve un continente oscuro, evocando doblemente la "imagen" de África y la metáfora de Freud sobre la sexualidad femenina. George Harris, el antiguo esclavo, parte para el nuevo Estado africano de Liberia.

Es cuando la nación occidental se llega a ver, según la famosa frase de Conrad, como uno de los rincones oscuros de la Tierra, que podemos comenzar a explorar nuevos espacios donde escribir historias de pueblos y construir teorías de la narración. Cada vez que la cuestión de la diferencia cultural emerge como un desafío a nociones relativistas sobre la diversidad de la cultura, revela los márgenes de la modernidad. Como resultado, la mayor parte de estos ensayos han terminado en otra ubicación cultural que aquella de donde partieron -a menudo tomando la posición de la minoría-. El estudio de Francis Mulhern sobre las "éticas inglesas" de universalismo de Leavis nos lleva hacia una lectura de la última conferencia pública de Q. D. Leavis en Cheltenham donde ella se lamenta sobre el riesgoso estado de aquella Inglaterra que produjo la novela clásica inglesa; una Inglaterra ahora de habitantes de casas de alquiler, minorías no asimiladas, emancipación sexual sin responsabilidad. Repentinamente el sistema paranoico de "lectura inglesa" se yergue descubierto. James Snead culmina su interrogación de las éticas y estéticas del universalismo occidental nacionalista con una lectura de Ishmael Reed que "está revisando una cooptación previa de la cultura negra, usando un principio narrativo que hará explotar las mismas suposiciones que trajeron la apropiación previa". Timothy Brennan produce una vista panorámica de la historia occidental y sus formas narrativas finalmente para tomar su posición con esos escritores hibrizadores como Salman Rushdie cuya gloria y grotesco yace en su celebración de que el inglés ya no es más una lengua inglesa. Esto, tal como Brennan lo señala, lleva a una conciencia más articulada de las condiciones poscoloniales y neocoloniales como posiciones de autoridad desde las cuales hablar con rostro de Jano hacia el Este y el Oeste. Pero estas posiciones a través de las fronteras de la historia, la cultura y el lenguaje que hemos estado explorando son proyectos políticos peligrosos. La lectura que hace Bruce Robbins de Dickens equilibra los riesgos de partir de las "verdades hogareñas éticas" de la experiencia humanística con las ventajas de desarrollar un conocimiento de la actuación en un sistema global disperso. Nuestra atención hacia la "aporía", sugiere él, debe ser contrapunteada con una intencionalidad que está inscripta en poros -conocimiento práctico y técnico que abjura del racionalismo de los universales mientras mantiene la practicidad y la estrategia política de relacionarse profesionalmente con situaciones locales que son ellas mismas definidas como liminales y fronterizas.

América lleva a Africa; las naciones de Europa y Asia se encuentran en Australia; los márgenes de la nación desplazan el centro; los pueblos de la periferia regresan a reescribir la historia y la ficción de la metrópolis. La historia insular es narrada desde el ojo de un aeroplano que se vuelve ese "ornamento" que mantiene al público y al privado en suspenso. El bastión de la britanidad tiembla ante la imagen de los inmigrantes y los trabajadores de fábricas. El gran sensorio whitmanesquiano de América se cambia por un estallido Warhol, una instalación Kruger o los cuerpos desnudos de Mapplethorpe. El "realismo mágico" después del boom latinoamericano se vuelve el lenguaje literario del mundo poscolonial emergente. Entre estas imágenes exhorbitantes del espacio-nación en su dimensión transnacional están aquellos que no han encontrado todavía su nación: entre ellos los palestinos y los negros sudafricanos. Es una pérdida nuestra que cuando escribimos este libro hayamos sido incapaces de añadir sus voces a las nuestras. Sus preguntas persistentes permanecen para recordarnos, en alguna forma o medida, lo que debe ser cierto para el resto de nosotros también: "¿Cuándo nos volvimos ‘un pueblo'? ¿Cuándo dejamos de ser uno? ¿O estamos en el proceso de convertirnos en uno? ¿Qué relación tienen estas preguntas con nuestras relaciones íntimas con cada uno y con los otros?".10

* En: Fernández Bravo, Alvaro (Compilador), La invención de la Nación. Lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha. Cap. 10. Manantial, Buenos aires, 2000. pp. 211-219

** "Narrating the Nation", Homi K. Bhabha, comp., en Nation and Narration (Londres: Routledge, 1990) pp. 1-7.

1 M. Oakeshott, On Human Conduct (Oxford: Oxford University Press, 1975), p.201.

2 H. Arendt, The Human Condition (Chicago: Chicago University Press, 1958), pp. 33-5 and passim.

3 T. Nairn, The Break-up of Britain (Londres: Verso, 1985), p. 348.

* Aquí el autor apela a las categorías freudianas de heimlich y unheimlich. El término alemán unheimlich está asociado con la desfamiliarización y lo siniestro [n. del. t.].

4 On living in an Old Country, de Patrick Wright (Londres: Verso, 1985) y There Ain't No Black in the Union Jack, de Paul Gilroy (Londres: Hutchinson, 1987) son significativas contribuciones recientes para una aproximación semejante.

5 S. Hall, The Hard Road to Renewal (Londres: Verso, 1988), p. 9.

6 E. Said, The World, the Text and The Critic (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1983), p. 171.

7 J. Derrida, Dissemination (Chicago: Chicago University Press, 1981), p. 221.

* In-between significa literalmente en-entre. Puede ser traducido como "entre medio". Homi Bhabha emplea este concepto asociándolo con posiciones intersticiales, intermedias y mediadoras entre culturas diferentes. Esta posición sería característica de los intelectuales poscoloniales, ubicados entre las metrópolis y el Tercer Mundo [n. del t.].

8 F. Fanon, The Wretched of the Earth (Hamondsworth: Penguin, 1967), p. 251.

9 G. Spivak, In Other Worlds (Londres: Methuen, 1987), p. 251.

10 E. Said, After de Last Sky (Londres: Faber, 1986), p. 34.